Cuentan que en Chalchuapa, un pequeño pueblo del departamento de Santa Ana en El Salvador, por las noches se observa una procesión de personas que aparentemente se dirigen hacia el cementerio a un entierro.
Se dice que las personas que salen en este lugar por las noches curiosamente ven un grupo de personas que llevan velas y otros van cargando un ataúd de color negro en la entrada del pueblo de Chalchuapa.
Por educación y respeto al fallecido uno se detiene a esperar que pasen, cuando de repente uno de los que van en el entierro se acerca y les ofrece una vela encendida como recuerdo a uno.
Sin embargo, al siguiente día la vela se ha transformado en un hueso humano y la persona que lo ha tomado enloquece o muere del susto.