Cuicuizcatl y los infiernillos del volcán Chinchontepeq

Esta es una leyenda indígena salvadoreña que trata acerca de una mujer que durante la invasión de los españoles quedó viuda y para evitar ser esclava, con su hija en brazos huyó hasta la zona de los infiernillos del volcán de San Vicente, también conocido con el nombre de Volcán Chinchontepeq.

Cuicuizcatl y los infiernillos del volcán Chinchontepeq o volcan de San Vicente

Cuicuizcatl (cuyo nombre en lengua en indígena, significa GOLONDRINA), fue una legendaria india, una de tantas esposas que enviudaron a causa de la invasión de nuestras tierras por parte de los españoles. Ella nació en la ciudad de Tehuacán, un bello poblado de los Nonualcos.

Luego de haber quedado viuda huyó con su hija apretada contra el pecho y nadie se dio cuenta de su fuga. Hablaba en lenguas de los indios. Saltó breñales, saltó barrancos y entre espinas y flores silvestres llego hasta la falda del Chinchontepec (volcán de san Vicente).

Ella no quería ser reconocida como una madre viuda ni que su hija fuera raptada por los conquistadores españoles, por eso huyó hasta donde nadie pudiera advertirla y se acercó hasta la morada de los dioses endemoniados, ahí donde el agua hierve y baila feliz cuando quema en los infiernillos.

Cansada, herida de las plantas de sus pies y sedienta, cayo Cuicuizcatl con su hijita sobre un lecho de piedrecillas coloreadas. Las estrellas le dieron sus fulgores hasta que se quedaron dormidas, y después en la mañana las beso con sus reflejos de oro.

Allí, alejada de los hombres, acompañada de las bellezas de la naturaleza, observando los paisajes que se divisan desde las alturas, arrulladas por la canción de los pájaros y el murmullo de las aguas que hierven. Cuicuitzcatl construyó su casa en ese lugar.

Cultivó el predio para obtener su alimento y aprovechó el maguey que crece de forma silvestre. Modeló el barro y tejió el maguey, con los jugos de las flores coloreó las telas y al jiquilite le dio su añil. Con las piedrecillas de colores que arrojan las erosiones hizo bellos mosaicos en las paredes de la vivienda. Vació su alma de artista en su alejada morada.

Las flores mecían su perfume, los pájaros y el viento daban sus cantos en este ambiente solitario y poético creció XIHUITL, la pequeña hija de Cuicuizcatl, con quien huyo de Tehuacán. (En lengua indígena XIHUITL quiere decir: «piedra azul- celeste»).

La madre y la hija se identificaban con los pájaros y como ellos creaban delicados cantares. La naturaleza entera inspiraba a sus almas de artistas. De una concha de tortuga y un carapacho de armadillo hicieron sus instrumentos en donde vibraban finas cuerdas de maguey.

Los años iban pasando y Xihuitl los recogía y haciendo de su cuerpo y su alma un poema de belleza madre e hija eran el alma de aquel trecho de natura. Subían hasta la cumbre del Chinchontepec a jugar con las nubes y a mojarse la cara con jirones de celaje bebiendo azul y oyendo las canciones del infinito fortificaban.

Un día se fueron las dos muy temprano a la cumbre del Chinchontepec para gozar del sol y de la altura por lo general, de estos viajes regresaban tarde, pues esperaban el hundimiento de Tonal (el dios sol de los Pipiles), es decir la puesta de sol.

Cuando ella estaba en la cima del volcán llegaron a su casa dos jóvenes indios. Eran cazadores, cada una de sus flechas estaban adornadas con plumas de aves difíciles de cazar. En su carcaj se veían plumas de águilas de cóndor, de quetzal, de faisán de pajuil.


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