Esta leyenda trata sobre una antigua laguna que existió en el departamento de San Miguel y en donde se creía existía una serpiente que hacía que el volcán hiciera erupción.
El 18 de julio de 1819 una erupción grande sucedió y así mismo la memorable del 23 de julio de 1844, que sepultó, con sus rocas incandescentes, a la pequeña laguna de Ulupa.
Los indios lencas de los confines del volcán de San Miguel creían, en los tiempos de su gentilidad y en los inmediatos poscolombinos, que en el momento mismo en que este cono plutónico hizo su primera erupción de magmas incandescentes y cubrió con mantos de lavas su flanco Sur—oriental, había salido de sus entrañas una enorme serpiente voladora o mazacuata, centro de tantas leyendas indígenas, la cual fue a refugiarse en el regazo encantado de la lagunita de Ulupa.
El depósito lacustre de Ulupa -en idioma Lenca o poton quiere decir: «lugar de las anguilas», de ulu, ulum, anguiia; y pa, apócope de pala-bay, cerro, montaña, locaiidad—, ocupaba un cráter de explosión, más o menos circular y de aguas aparentemente profundas, pero con una peculiaridad: de ella nacía un riachuelo de desagüe, que conducía sus excesos a la margen derecha del Río Grande de San Miguel.
Debió quedar dicha laguneta, a unos 5 Kms al Norte de la laguna de El Jocotal, en la banda sur o derecha y como a 2 Kms. de distancia del antiguo camino que unía a las extinguidas poblaciones de Xiriualtique y Elenuayquin, y poco antes de llegar a los mantos lávicos prehistóricos que arrojó el aludido pitón volcánico hacía el SE., en dirección de la lagunita de San Juan, cuya última repunta corta hoy en día la Carretera del Litoral.
La laguna de Ulupa era pequeña, pues tenia un perímetro de «un tiro de piedra“, según testimonio de fray Antonio de Ciudad Real, presunto autor dela «Relación Breve y Verdadera», crónica franciscana que relata el viaje del padre comisario fray Alonso Poncé, por estos lares, en 1586; estaba dispuesta a manera de un piélago o estanque de aguas puras y cristalinas; y era el escenario de la leyenda lenta de los Sa—isis—isis yu—uéue—nána o sea de «los 400 muchachos bailarines», que recuerda la similar nahua de los CJentzon-toíochün o de «los 400 conejos» así como la quiche de los Omuch qaholab o «los 400 muchachos“ que integraron la constelación de las Piéyades.
«Crianse en aquella fuente —dice la crónica mencionada— muchas iguanas y mojarras y otros pescados, pero a nada de esto osan tocar los indios, ni aun se atreven a pegar fuego a una sabana» próxima, porque era creencia firme entre ellos que tales animales «fueron hombres en tiempos antiguos», y para probarlo referían que «un día bailando Cuatrocientos muchachos“ en derredor de’ estanque de Ulupa, «con acompañamiento de un viejo que hacía son con el larnboriiejo» quedaron tan enfadados y hastiados de danzar, que unánimes acordaron tirarse en aquel piélago y ahogarse.
Agregaban los naturales, que «para que nadie se pudiera escapar trajeron una soga larga ir fuerte», a la que todos se ataron. «Anojóse luego el primero, y tras el los demás, hasta que no quedó sino uno que se arrepintió y se desató, y quedó libre“.
Este cobarde desertor, apuntaban las viejas leyendas, fue qmen llevó al pueblo de Xiriualtique la mfausta notida del fin de aquellos jóvenes y quien «fingió que todos (sus amigos) se habían convertido en peces e Iguanas, y por esta causa dicen que no los pescan (ni cazan)».
Los cuatrocientos jóvenes bailarines lencas dieron origen a la constelación llamada por ellos Tzurlágua, Astillejos, Pléyades o Siete-Cabritas. 3) La hacienda de Ulupa y el llano del Muerto fueron cortados por la impetuosa comente de rocas ígneas que vomitó el volcán de San Miguel del 21 al 23 de septiembre de 1787, pero no así la laguneta de Ulupa. Tampoco sufrió menoscabo esta hoya Iimnológ¡ca, con motivo de los fenómenos eruptivos del 18 de julio de 1819.
En esta 0casión el teshcal abarcó «como tres leguas desde su abertura hasta la cercanía de la laguna de la hacienda de Ulupa; y como un cuarto de legua de ancho»; las lavas interceptaron o cagaron el antiguo camino entre Usulután y San Miguel y los traficantes tuvieron «que rodear, aumentando una legua de camino, hasta pasar entre la laguna (de Ulupa) y el remate del malpa¡s».
La hoya lacustre de Ulupa quedó finalmente sepultada por el manto de lavas de la erupoión del 23 de JUIÍO de 1844. Así lo confirma un testigo ocular de los sucesos: el historiador m¡gueleño Lic. José Antonio Cevallos, quien en el tomo I de «Recuerdos Salvadoreños“ (Ed. 1892), dice’ «Las lavas de 1844, formaron sus comentes por la parte suroeste del volcán (de San Miguel), extendiéndose a largas distancias, hasta cegar la laguna de Ulupa, y mucho trecho del camino que iba de la ciudad de San Miguel a la de Usulután».
Con la laguna de Ulupa desapareció también la leyenda de los Sa-iSis-i5is Yu-uéuenána; de sus bordes el garrobo (mer) y la iguana (mer—tz’oícon) y en su seno ya no pudieron existir el guapote (pálul), el bagre (osogé), la pepesca (sháya), la ulumma (orum), el film (cóyum), la angu¡la (úlum), la conga (shíw) y otros especímenes ictiológicos, en que abundaba la fauna de los indios lencas.
(Tomado de «El Diario de Hoy», de 19 de Junio de 1977)